Almaplena
Lactancias
Lactancias. Así, con S. En plural. Todas valen, y cada forma de lactancia que se logra representa el balance que mejor se ajusta a cada mamá, su bebé, y sus circunstancias. Eso es lo que me ha enseñado mi experiencia de la maternidad (y muchas otras cosas, pero hoy vamos a hablar de esta!).
León fue un bebé muy esperado y planificado. Por años, literalmente. Años que me dieron el tiempo de imaginarme cómo quería ser como mamá, si pensaba dar pecho y hasta cuándo, de leer mucho sobre lactancia y los beneficios de la leche materna para el desarrollo cognitivo, inmunológico y emocional de los bebés.
Tenía la experiencia cercana de mi sobrina y su mamá, que tuvieron una relación fantástica con “la tetita”, como la llamaba mi sobri. Una relación donde la lactancia era fuente de alimento, de apego, de seguridad, de un momento de paz infinita para ambas.
A León y a mí nos tocó distinto. Un parto sumamente complicado, un pedazo de placenta retenido, la ausencia total de calostro los primeros días, y una hipogalactia cuando finalmente llegó la leche complicaron todo.
Probamos de todo. Del lado de la succión de León, ensayamos diversas posiciones, una sonda al pecho, una sonda con el dedo, ejercicios y masajes. Del lado de mi producción, tratar de estimular con sacaleche lo más posible, y ponerlo mucho al pecho a León.
Los primeros meses fueron una seguidilla eterna de conectarme al sacaleche, sacar lo más posible, darle a León con la sonda lo poquito que hubiera salido y el resto fórmula, volver a conectarme al sacaleche... y así. Hubo momentos en los que me conectaba ocho veces al día al sacaleche, otros en los que probé varias extracciones “power” de una hora cada una, tres o cuatro veces al día.
Estaba agotada.
Odiaba el sacaleche, la parafernalia de accesorios, el ruido que hacía. Odiaba tener que salir con una mamadera, un termo, la fórmula... y solo por un ratito, para poder volver a conectarme al sacaleche. Odiaba sobre todo sentir que no podía tener esos momentos de paz que habían vivido mi cuñada y mi sobrina, porque para nosotros el “dar teta” estaba teñido de mucho estrés.
Familiares y amigos me decían que por qué no abandonaba. Que los bebés que toman solo fórmula también son saludables. Que cuidara mi salud mental.
Opté por un camino intermedio. No quise abandonar, sentí que era demasiado pronto para tirar la toalla. Pero sí me propuse seguir intentando solamente mientras sintiera que era un esfuerzo tolerable.
Empecé a sacarme leche solo tres o cuatro veces al día, que es lo que se me hacía tolerable dado mi odio al sacaleche. Empecé a experimentar con menos extracciones pero más largas, que me permitieron mantener el volumen total de producción, pero con un poquito más de tiempo “libre” entre extracción y extracción. Y empecé a usar la tan temida mamadera cuando mi estrés o el de León hacían insufrible la sonda.
Hoy, casi seis meses más tarde, hemos llegado a un balance razonable. Me saco leche tres veces al día, y León la toma con una mamadera (desde que cumplió tres meses no quiso más agarrar el pecho). Llegamos a que el 60% de su ingesta total sea de leche materna. Todo un logro si tenemos en cuenta que al principio era cero, y que nunca pensamos que a los seis meses todavía tendríamos leche mía.
Hay días que pienso que si me conectara más al sacaleche podría quizás darle una proporción mayor de leche materna. Pero esos días me recuerdo a mí misma que si llegamos hasta acá, y no tiré la toalla antes, es porque nos concentramos en priorizar la lactancia que era posible por encima de la que era quizás deseable. León ama su mamadera. Y obtiene de mi leche, en la cantidad que sea, los nutrientes y anticuerpos que necesita.
Llegar hasta acá implicó reconocer que la leche que sale es la que es. Que lo que importa es que nuestros bebés estén alimentados, como sea que eso se logre. Que el apego es mucho más que una teta.
Pero por sobre todo, implicó abandonar lo perfecto para abrazar lo posible. Abrazar ese balance que conseguimos, entre los dos.
Por Analía, mamá de la Comunidad
